martes, septiembre 10

¿Who cares about losers? II

III
Jorge

¿Qué por qué abandone el grupo de fotografía? La verdad ni yo lo tengo muy en claro, es decir son como una familia; una familia de alcohólicos y drogadictos, no lo digo en el sentido negativo, pues me resulta fascinante su existencia y la manera en como lidian con la realidad. Para ellos la realidad no existe, la realidad es la beca que llega en el momento adecuado, es la sensación de resaca en jueves, son los bocadillos de las inauguraciones, el vino, el sentirse importante frente a la gente, el hablar mal de ellos a sus espaldas, el hablar mal de ellos frente a ellos. Francamente eso es lo que me encanta de ellos, su realidad parece un poquito más digerible, claro añadiendo el hecho de que mi moral es la estupidez andante. Mi moral no me permite el lujo de un mecenas, ni de unos minutitos antes del café para un cigarrito, es más mi moral no me deja trabajar en domingo; pienso que soy chapado ala antigua, ya sabes me gusta simplemente andar pendejeando por alguna plaza y en instante menos esperado ¡zaz! El niño de oro, es decir el niño por el cual los padres pagaran cualquier precio, ese es mi sueño, por cierto, ¿me has dicho que tenías dos hijos?

IV
Raul

Soy un buen tipo ¿No es así? No entiendo por qué simplemente la gente no se da cuenta de eso, es más, ese vendedor de la semana pasada pudo notarlo desde que me vio. Mi novia solía decir que soy muy noble, no como Abraham, que también es noble, pero es pendejo; eso lo sé porque yo soy noble y aun así puedo notar que él es noble también. Pobre idiota ¿Qué te estaba diciendo? ¡Ah sí! Te contaba que un vendedor la semana pasada llegó como de sorpresa y en cuanto me saludó, dijo: hijo, tu eres un buen tipo, eres del tipo de personas que aún no termino de entender ¿Por qué sigues viviendo sin una aspiradora para auto? Claro que me tomó como dos días recordar y darme cuenta que ni auto tengo; pero esas son aguas pasadas, lo importante aquí es que soy un tipo noble y que Abraham es un pendejo.

lunes, marzo 11

¿Who cares about losers?



I
Irving

En primer lugar, pudiste haberme avisado con anterioridad. no es que me encuentre súper ocupado, pero tampoco creas que puedo abandonar mis planes de golpe. He cambiado, he crecido espiritual y profesionalmente. Ahora soy un nuevo yo, de verdad. Soy nivel 42 en “masterquest” y no lo digo por fanfarronear, mi salario ya está a la altura del mínimo legal y si me lo propongo puedo llegar a ser supervisor de línea, en unos 6 meses. ¿Qué tal? “Padriuris” ¿verdad? ¿Cómo, que ya nadie usa “padriuris”? ¿Cómo pasó tan de pronto?
Pues mientras tú tienes tiempo para estar vagando y aprendiendo nuevas palabras, yo me la paso teniendo algo llamado vida, deberías intentarlo. Adiós.


II
Saul

[El teléfono sonó alrededor de 14 veces y la número 15 fue interrumpida por una contestadora con el siguiente mensaje: Saludos terrícola ¿estás seguro de querer comunicarte con Souldark? De ser así deja tu encomienda y en breve tratare de darle una respuesta. Gracias por contactar con el lord y señor de la muerte en el server xantera. Mamá, si eres tú, puedes no dejar mensaje, igual te llamaré cuando regresé.]

jueves, junio 21

Gauss-Jordan errado

    Habito en el espacio que desprecias. Sonrío entre silencios vespertinos. Sucumbo bajo el ala del itinerante planeador. Eso soy, en el más acertado de tus pensamientos, alejado de todos sus sentimientos y engendrado de un firme sudor. Mi voz no se encuentra en las radiofrecuencias, mucho menos en los gritos vecinos, hablo quedo y sigilosamente aniquilador.
    ¿Cómo bailar mientras uno se queda cojo? ¿Qué soñar cuando el ojo no ha visto el foco? ¿A quién coger cuando hay que cagar?
    Actualmente me muevo entre la gente, sangre menstrual entre los dientes y bellos pétalos en el morral. Decoro mi vista, te beso la frente y me adentro al vaivén visceral.     
    Habito en el espacio que alimentas: sonrío desnudo entre caminos: perezo cual amante ruiseñor.
    Reniego entre cada variante de mi mente. Profecías que van más allá del dolor y el anarquismo social. Soy el jilguero de la mañana, el luchador de la cantina mala muerte, el hijo que no tiene sabor. Poseo la más superficial de tus mamadas, la máscara de todas tus mañas y el viejo calzón que aniquiló.
    ¿Cómo escuchar entre el ruido de tu hocico? ¿Qué perversidad recordar cada domingo? ¿Qué caricia te gusta a ti más?
    Soy caucasoide por naturaleza, un bostezo frente a la mesa y vivo en tu jaula levantando el dedo pulgar.

lunes, marzo 12

Amoxicilina

Siempre he creído que la necesidad de atesorar algo es meramente humana. La posesión de algún objeto valioso o sentimental ha estado presente siempre entre nuestros sucios dedos. Carla lo sabía rotundamente y nada de lo que pudiera decirle afectaría esta verdad absoluta. 
    Así pues, ella dio con uno de los recipientes en los que guardo mis objetos preciados, ya sabes: El puerquito de juguete que ha estado presente por más de cuatro generaciones en mi familia que llegó de Zaragoza en las épocas de Franco, el bolígrafo que encontré en el metro cuando era niño, mis soldaditos de plomo, las cartas de mi novia la peruana, etc. 
    Cuando llegué del trabajo una noche de jueves la encontré sentada en el comedor con una sonrisa exagerada y una pinta de novia celestial. Sabía que tenía algo y vaya que lo tenía, pero de entre todas las cosas embarazosas que valoro y guardo con esmero fue a sacar la más insignificante —para cualquier otro individuo— y absurda de todas: Un frasquito de Amoxicilina.
    Al cocinar la cena y sentarnos al fin, sacó a relucir el pequeño frasco de vidrio oscuro, y lo puso frente a su plato.
    —¿Qué persona guarda un frasco cualquiera de Amoxicilina entre sus tesoros más preciados?
    —Pues, yo...
    —Sí, ya sé que te crees el muy excéntrico y eso...
    —No sabes la historia de ese frasco.
    —¿Historia? Pero qué historia pues...
    —Ni si quiera lo sabes, déjame contarte.
    —¿Me la vas a contar, al fin te dignarás a contármela?
    —Tranquila no es para tanto, amor...
    —¿Amor? ¡No me digas así!    
    —Tranquila, ¿qué tienes? 
    —¡Cállate! 
    —Carla, tranquilízate, qué te pasa...
    —No Diego, no está bien.
    —Espérate, no sé de qué hablas, amor.   
    —No pues tú, me haz dado en la madre.
    —¿Cómo? No puedes estar diciendo eso.
    —Claro que puedo, ¿no ves? ¡LO ESTOY HACIENDO!
    —No grites, Carla. Amor en verdad...
    —¡DEJA DE DECIRME A-M-O-R!
    —Está bien pero no te pongas así....
    —Pero cómo no hacerlo, Diego, tú me guardas cosas...
    —Amor, es una idiotez...
    —Pues entonces no te importaría mostrármelas...
    —Son boberías.
    —....contármelas, decirme qué historias tienen detrás...
    —Si, tal vez.
    —Cuéntame la historia del frasco.
    —Pues ese frasco me salvó en la adolescencia.
    —¿Cómo, el frasco?       
    —Sí.
    —A ver, cuéntame.
    —Pues, estaba muy mal un día, mis defensas estaban por los suelos cuando viví solo, tenía  depresión y todo eso...  
    —Sí ya conozco eso, cuando murieron tus papás.
    —Pues sí, tenía dieciséis años. 
    —Bueno, ¿y cómo te salvó el frasco?
    —Pues... 
    Cuando me preguntó eso tan deliberadamente sentí que me caía, que me iría de bruces mientras ella me observara con cara de vil repugnancia. Creí que me patearía a continuación y, no había otra forma, tenía que proseguir:
    —Ajá...
    —Pues sí, cogí una infección en aquel invierno, la gripe me pegó muy duro y yo estaba por morir, no me atendía, no comía...
    —¿No fue en esa etapa cuando conociste a la tal Florencia?   
    —Sí, de hecho...
    —Eso supuse.
    —¿Qué? Espera, ¿Florencia?
    —Florencia.
    —Nunca te hablé de ella, Carla.
    —¿Eso crees? 
    —Pues no, nunca lo hice...
    —¿Fue la que te quitó lo virgen?
    —Pues... sí, fue con ella, pero eso ya quedó de lado, amor...
   —No lo creo.
    —¿¡Pero por qué dices eso!?
    —Lo sé.
    —¿Sabes qué?      
    —Que te quitó la virginidad así como tú a ella.
    —Pues sí, pero eso es algo muy viejo, amor. Tengo cinco años de casado contigo.
    —Todas las noches escucho como le hablas.
    —¿Qué?
    —Todas las noches escucho cómo te la coges.
    —¿Pero qué estás diciendo?
    —¡Todas las putas noches escucho tus gemidos, cabrón!   
    —¡NO ENTIENDO NADA! 
    —¡Cada puta noche desde hace seis meses tienes el mismo pinche sueño húmedo, cabrón!
    —¿Sueño húmedo?
    —¡Sí cabrón, todas las putas noches sueñas que te la vuelves a coger y yo ya no puedo con eso!  
    —...no.
    —¡Siempre las mismas palabras, las guarradas que le susurrabas al oído mientras se la metías ensangrándote el glande!
    —No es verdad, Carla estás jugando...
    —¿Jugando? ¡Tu puta madre está jugando!
    —¡Oye!
    —He estado soportando esto desde hace seis pinches meses, Diego. Siempre estuve esperando a que de repente un día dejarás de hacerlo, pero no, no. Cada noche era exactamente a la anterior, las mismas palabras, las mismas frases tontas, tus gemidos de idiota depresivo excitado. ¡Siempre lo mismo! 
    —No amor.
    —Todas las noches he escuchado su nombre en mi oído, mientras gimes y la coges, ¿cómo no voy a saber su nombre? 
    —Ella fue quien me llevó ese frasco aquella noche.
    —Y lo guardaste.
    —Salvó mi vida.
    —Sí, y tú te la vives cogiéndola todas las noches como agradecimiento.

domingo, marzo 11

Un sábado cualquiera

He salido de prisa de casa, no he tenido tiempo de desayunar. Así que me desayuno tu voz por teléfono. Te has pasado la semana entera recordándome este día. Apenas y tengo tiempo de captar lo que pasa alrededor mío. Unos minutos después estoy a unas casas de encontrarte. Corto algunas flores de la casa de tu vecina. Antes de tocar la puerta sales impaciente y tomas mi mano. Llevas un vestido blanco, estas descalza y un listón rojo en tu cabello.
La idea me ronda por la cabeza pero, no creo que te haga gracia saber que he olvidado las sortijas en algún bar. Tuve una especia de arrepentimiento y se las aposte a un ruso. Como iba yo a saber que ese ruso podía  tragarse un cigarro y sacarlo entero sin el menor daño.
La mañana está fresca, pues estuvo lloviendo toda la noche. Creo que desde el comienzo esto ha sido una locura, no avisarle a nadie de nuestra unión. Podríamos haberle dicho a tus padres pero tiene una opinión terrible de mí.
Por mi parte, mis padres murieron hace años, así que cargo un poco de las cenizas de ambo en mi bolsillo derecho, claro eso no lo sabes porque mientras reflexiono todo esto, tú vas con la mirada bien clavada en la iglesia y en el reloj. El desgraciado marca las 10:15 y según recuerdo la cita la teníamos a las 10. Estamos a unas cuadras de llegar, lo sé porque el zacate es más suave cerca de la iglesia.

viernes, febrero 10

Mala ortografía


Entré jadeando al vagón del metro. Bajo la presión del humo en mis pulmones y el sonido del transporte colectivo, el cual anuncia su partida y próximo cierre de puertas, advirtiendo a más de uno el golpe inevitable. Llego hasta un lugar libre y me adueño momentáneamente.
    A escasos dos metros un sujeto escribía ansiosamente renglón tras renglón a lo que parecía, la misma frase una y otra vez. Al tiempo en que la singularidad de la acción me llama la atención, me doy cuenta de que son varias las personas que ya lo han notado y, como yo, se preguntan qué es lo que aquel tipo de barbas ralas anota tan precipitadamente. 
    Terminaba el sonido secuencial de aquel metro elevado y al fin se cerraban las puertas, dando un entorno de alivio a los usuarios.
    Pude observar la peculiar gesticulación de cada persona que notaba el acto de nuestro ansioso amigo, cada uno con su propia y distinguida forma de expresar curiosidad ante aquella situación. Desde cejas bien arqueadas, suspiros burlones, narices ensanchadas y dientes prominentes hasta miradas de desprecio y movimientos con la cabeza llenos de negación. Todos y cada uno de ellos en un ambiente de hostilidad que ya apesta y que llega hasta el lugar más alejado de la escena. 
     Mientras me doy cuenta de que el libro que comencé a leer una noche antes se quedó en mi viejo buró de lámpara, me enfrasco en la tarea de tratar de descubrir —como los demás usuarios— lo que el hombre aquel escribe sin cesar. 
     De repente, otro hombre que se encontraba de pie a dos asientos de nuestro personaje comenzaba a parecer alterado, como si la ejecución de que el otro individuo escriba una y otra vez lo mismo demasiadas veces lo exasperara dramáticamente, a tal punto de molestarlo y orillarlo a mover los dedos de forma armónica y notoria. El segundo hombre parecía incrementar su malestar con el simple hecho de escuchar el sonido del bolígrafo haciendo rodar su bala en el papel. Comenzaba a balancearse, empezaba a querer escapar de aquella trampa mortal que el ansioso primer hombre ponía una y otra vez. Y la gente lo notaba.
    El vagón llegaba a la segunda estación en el justo momento en que el segundo hombre observaba su reloj, marcando —si estuviese igual al mío— las 07:23 minutos en una no muy típica mañana de viernes. Nuestro segundo hombre dejaba de ver su reloj y casi al instante volvía a acudir a el,  en una clara necesidad y, porque no, piadosa petición de rapidez. Pero el tiempo jugaba y el primer hombre seguía, llenando ya la tercera hoja de su agenda personal. 
    El sonido aturdidor volvía a callar para dar por comienzo al recorrido hacia la tercera estación. Acto seguido, una que otra persona se levantaba de su lugar, encaminándose hasta la puerta más cercana para anteponerse y ser los primeros en salir.
    En cuanto el primer sujeto seguía su tarea, otro hombre un tanto regordete choca con el desesperado tipo en un casual accidente de transporte público, acompañado de un perdón a reacción, pero sucede algo que el gordo no intuye: El segundo hombre se proyecta bruscamente hacia él, impactándolo con el puño izquierdo sobre su carnosa y rosada mejilla derecha. El regordete se encontraba ya tirado ante la multitud que dirigía las miradas hacia el suelo y al segundo hombre que se aproximaba de nuevo ya con el puño fuertemente apretado.
    Cuando el gordo asimilaba que recibiría una golpiza, el furioso hombre sentenció fuertemente:

    —¡Dile, sólo dile que no puede hacerlo! —gritó ante el asombro de la gente—. ¡No puede hacerlo de esa manera!
    —No sé de qué me hablas —respondió el gordo.
   —Claro que lo sabes, todos lo sabemos y él también lo sabe muy bien —dijo señalando hasta donde se encontraba el primer hombre—. ¡No puede escribir de esa manera, no puede!
    —¡¿Cómo, cómo?! —prosiguió el gordo mientras rompía en llanto.
    —¡No se puede, no se debe! —dijo el segundo hombre.
    — ¿Cómo entonces? —preguntó el regordete con compasión sin saber nada de lo que el enfadado hombre le preguntaba.
    —Se escribe "Eso que ni que, güey", "¡Eso que ni que!" no "Eso k ni k".

    Y de pronto, se escuchó el sonido del transporte y las puertas se abrieron, a lo cual el furioso segundo hombre reaccionó en una huir del eterno desespero de la mala ortografía. 

sábado, diciembre 24

i can see your future


Te conocí bailando, con un vestido verde que nunca antes vi. Te veías tan relajada, tan tranquila, tan segura mientras dabas algunas vueltas hasta llegar a la orilla de la pista. Con movimientos suaves, fuiste poco apoco llamando mi atención hasta que casi me perdí. No sabía tu nombre, pero sabía que quería mi vida junto a la tuya.
Te invite un cigarrillo a lo que respondiste:”nunca he fumado y nunca lo volvería a hacer” después dijiste algo como:”la economía de mi corazón está en bancarrota, pero amo tanto estos días como para no pasarlos juntos”