domingo, julio 17

Los idos



Odio cómo tengo que conformarme con todo.

Despierto a las seis treinta pero no me levanto hasta las siete. Me baño en siete minutos pero antes preparo el café, que me queda horrible, entonces me sirvo un cereal en una taza porque todos los platos están sucios y nadie los ha lavado desde hace tres días. La francesa se enoja mucho por eso (es un poco estricta con la limpieza) pero no es amable y por lo tanto nadie atiende sus peticiones ("Recojan las colillas" "Para eso está el cenicero" "Pongan las latas en el bote" "Guarden su grrrropa interior"). De hecho estoy seguro que el holandés hace todo lo posible por molestarla y por eso se demora en el teléfono pretendiendo que no entiende español. Desayuno en tres minutos. Vivimos en el tercer piso de un edificio viejo así que no hay elevador y tardo en bajar las escaleras. A veces está lloviendo y no me doy cuenta y debo regresar por un paraguas (soy distraído). Por lo general pierdo el paraguas en el autobús. 

Me gusta el momento en que salgo a la calle, sobre todo cuando está nublado. Porque es una orgía de nubes sobre mi cabeza y ahí yo puedo imaginarme la forma que yo quiera, total nadie notara si miento o no.

Camino seis calles al sur, hasta llegar al parque, que es donde me paso la vida. Mi trabajo o fuente de ingresos como prefiero decirle es mi poco talento que tengo para adivinar el futuro. Me paso la tarde poniendo por escrito cosas poco probables a los transeúntes, cosas como: “usted morirá curado del sida”, “una ballena lo aplastara una noche de lluvia de estrellas”, "sus zapatos huirán de usted mientras duerme”

A veces entre descansos, me pongo a escribirle algunas líneas a Ana. Porque déjenme decirles que Ana, es la única que se interesa por lo que hago. Así fue desde el principio, cuando mis padres me dijeron que estaba loco si pensaba que vivirá de esto; aun mis tíos y amigos se rieron de mí. Pero no Ana, ella siempre me apoyo en todo lo que le dije. No sé si fue porque realmente creyera en mí o si sencillamente porque me amaba.

Tomo el papel y el lápiz, me apoyo en una banca y escribo. "Querida Ana: No respondes mis cartas. Lo digo más como reclamo y no tanto como una declaración porque supongo que eso ya lo sabes." Y luego le escribo que la quiero y luego firmo con mi nombre y luego guardo la carta aunque no sé si la enviaré después. Es julio y hace mucho frío. Por lo general, en el parque hay niños jugando y ancianos que se sientan durante horas, pero hoy está muy solo. Pienso en irme a casa de una buena vez porque no creo que nadie requiera de mis servicios el día de hoy.

Sólo puedo adivinar cosas malas, razón por la cuál no me va muy bien ganando dinero, clientes o amigos con mis presagios. En una ocasión le dije a una joven que moriría al tener su primer hijo y le aconsejé que evitara embarazos pero me tiró en la cara su refresco. Por alguna razón no puedo mentir al respecto. Puedo mentir en todo; en mi declaración de impuestos, puedo asegurarle a la francesa que la renta estará mañana, puedo hacerle creer a una chica que soy sincero cuando le digo que la amo, pero no puedo decirle a un completo extraño "No se preocupe, su vida será plena y feliz". 

Alguna vez Ana me pidió que adivinara su futuro. Pero ciertamente no pude. No pude decirle ni una palabra, su futuro estaba lejos del mío. Así que no quise poner melancólica la situación. No le dije tampoco, que su madre enfermaría de cáncer ni que su única opción de tratamiento seria en algún hospital de Estados unidos. Ni que conocería a un americano agradable, del cual ella se enamoraría, pero él no le correspondería. Ni hablar de mí, que la extrañaría cada día más. Lo más sensato en ese momento fue decirle que moriría a causa de un accidente aéreo. Lo cual creo que le desarrollo ese miedo irracional a volar. En cierta manera podría ser el culpable de la muerte de su madre, al no recibir el tratamiento que necesitaba. El culpable de que ella se negara a viajar, en busca de esa cura.

En las noches cuando llego  al departamento y veo todo tirado, me gustaría presagiarles que el presidente nos visitara, para ver si de algún modo alguien se preocupa y recoge al menos un poco. Ya no se que va pasar. Ni a donde va a parar todo esto. La francesa últimamente anda muy alegre por la casa, y no sabemos porque. El holandés se creó una historia respecto a ella liada con algún inquilino del departamento contiguo, pero eso no lo sabemos con certeza.

Los sábados son los días en los que suelo descansar de hacer predicciones. Ese día me voy al mercado que está cerca del edificio. A veces suelo ver que compran las personas. Otras tantas solo veo baratijas. Una de tantas veces me encontré más que cachivaches. Era la misma Ana la que estaba entre toda la multitud. Reconocería su cabello donde fuera. Su falda verde olivo. Su blusa roja. Y en especifico como sabia llevarlos con delicadeza.